
Zaqueo
es quien busca a Jesús, pero es Jesús el que se adelanta a pedirle a Zaqueo que
le acoja en su casa. A todo el que busca a Dios, Dios le encuentra. Debemos ser
buscadores de Dios, como lo fueron san Pablo, san Agustín, santa Teresa y todos
los santos. Dios quiere que le busquemos y cuando nos ve correr a su encuentro
es él mismo el que se adelanta a encontrarnos. El encuentro con Dios no es un
encuentro físico, sino una comunión psicológica y espiritual, intensamente
afectiva y llena de humildad. Cuando nos dejamos encontrar así por Dios, Dios
nos convierte, nos hace suyos. Pero lo más sorprendente para nosotros, en este
caso, es la reacción tan espontánea de Zaqueo, cuando ve a Jesús alojado en su
casa: lo primero que hace es acordarse de los pobres. Es este un ejemplo
maravilloso para nosotros, cuando comulgamos con Cristo, saber que estamos
también en comunión con los hermanos más necesitados. Mi comunión con Cristo
nunca es un acto individual, que se queda entre Cristo y yo, porque eso no
sería comulgar con el Cristo total, que es toda la Iglesia, en la que hay
siempre muchos pobres. Alguno de nosotros podrá decir: ¡pero yo también soy
pobre económicamente! No se trata sólo de pobrezas económicas que se puedan
remediar con dinero, hay otras muchas pobrezas, como también hay otras muchas
maneras de ayudar: con nuestra oración, con nuestra compañía, con nuestro
trabajo, con nuestra disponibilidad, con nuestro amor, misericordia y
compasión. Si nos sentimos profundamente en comunión con Dios, seguro que
encontramos alguna manera de entrar en comunión con los hermanos necesitados. Cada
vez que comulguemos en nuestras eucaristías, acordémonos de comulgar los
pobres.
La vocación
de todo cristiano es imitar, en la medida y proporción de sus posibilidades, a
Cristo. San Pablo decía y repetía que ya era Cristo el que vivía en él, él se
consideraba totalmente identificado con Cristo. Pues esa es también nuestra
vocación, la vocación de todos los seguidores de Cristo. Esta vocación debemos
realizarla en nuestra vida diaria, en nuestro diario vivir, no sólo en nuestra
oración, o en nuestra vida interior, mística y espiritual. Que las personas que
nos ven y nos tratan, nos vean como auténticos seguidores de Jesús. Sólo así,
Cristo será glorificado en nosotros.